viernes, 30 de septiembre de 2011

El niño que vivió

Al oír el título todo el mundo se giró hacia el aludido que suspirando pensó que, aunque le costara la intimidad, por fin podría estar algún tiempo con su padre. Este último dejó ir un jadeo, acababa de fijarse en la mesa de profesores:

-        Que alguien me aclare que hace Quejicus en la mesa de los profesores- dijo mirando con odio a Snape. Este le devolvió la mirada y contestó

-        Resulta que soy profesor de pociones Potter- Al ver como se miraban intervino Lily.

-        Felicidades- le dijo con una sonrisa que este le devolvió- Os advierto a los dos que no quiero peleas sin motivo ¿entendido?

-        Lily se dedicará a torturar a Harry porque no pudo conmigo- le respondió James.

-        Cuando eso pase podrás maldecirlo pero sería aconsejable que nadie juzgara a nadie antes de que termine la saga.- Dirigió la mirada hacia Snape- Si torturas a mi niño lo pagaras muy caro Snape.- Este tragó saliva. Y Dumblendore empezó para sacarle del mal paso.

El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente.

-        Si muy normales si juzgas normal ver convivir a una jirafa, un hipopótamo y un cerdo- dijo Harry y todos los que conocían a los Dursley empezaron a reír.

-        No serán mi hermana y el paquidermo con el que se ha casado- pregunto una asustada Lily.

-        Sí, son ellos.- le contestó su hijo.

-        ¿Y tu que tienes que ver con ellos Harry?- Le preguntó. El aludido en lugar de contestar bajó la cabeza apenado mientras el director volvió a leer.

Eran lasúltimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso,

-        ¿Algo extgaño o migterioso?- pregunto Fleur.

-        Se refiere a la magia -respondieron Harry y su madre al unísono.

porque no estaban para tales tonterías. El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros.

-        ¿Taladros?- preguntó Malfoy como portavoz de los "sangre-pura".

-        Una herramienta muggle que se utiliza para hacer agujeros en la pared o en el suelo- explicó Lily

-        Así ellos pueden colgar cuadros o instalar cañerías, entre otras cosas.- Prosiguió Hermione. Dando paso a un murmullo de entendimiento mientras James les decía a sus amigos:

-        Oh no, otra prefecta perfecta.- Para su suerte nadie aparte de ellos tres lo oyó.

Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso.

-        Toda una belleza- dijo Lavander con una mueca de asco y varios asintieron de acuerdo con ella.

La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos.

-        Entrometida- gaznó todo el mundo incluida su hermana.

Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él.

-        Harry es mucho mejor- dijeron Lily, James, Sirius y Remus mientras este les enviaba una mirada de agradecimiento.

-        Y Neville- dijeron Frank, Alice, Sus y Augusta. El aludido se sonrojó

-        O cualquier de nuestros sobrinos- esta vez fueron los Prewet.

-        También mi Luna- terminó Lia.

Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.

-        Estos muggles están locos- afirmó Remus.

-        Cierto los Potter son los mejores- remarcó Sirius.

-        Gracias chicos- dijo James y luego se giró hacia su esposa que parecía a punto de llorar- tranquila Lily tu hermana solo te tiene envidia.- Su mujer le sonrió mientras su hijo la abrazaba. El resto del comedor solo miraba la escena extrañado.

La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana,

Elgran comedor miró a Lily horrorizado mientras ella intentaba reprimir las lágrimas. Lia, Sus y Alicie se levantaron y fueron a abrazarla mientras James y Harry intentaban tranquilizarla.

porque su hermana y su marido, un completo inútil,

-        ¡Ey!- se quejó James.- Yo no soy un inútil.

-        Cierto- Corroboró Remus- Algo tonto…

-        Pero no del todo inútil.-Terminó Sirius y los dos empezaron a reír mientras James les pegaba una cachetada a cada uno.
    
eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.

-        Gracias a dios- dijo todo el comedor mientras estos les sonreían.

Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera.

-        Tenemos que hacerlo Lily- dijo James sonriendo malévolamente.

Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.

-        ¿Un niño como aquel?- le preguntó Ron a Harry

-        Un mago- le contestó mientras la gente no entendía como podían existir  unas personas tan malas.

Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta.

-        Bonito tiempo- bromearon los gemelos Weasley.

Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región.

-        Tiene que ser la noche.- susurro Remus con la gola seca

-        ¿Qué noche?- preguntaron los que le oyeron

-        Esa noche- contesto dejando a algunos sin respuesta.

El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo,

Buen gusto- ironizó Parvati.

y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta. Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.

-        Vale eso es raro- dijo Lily.

-        No, es completamente normal, trae el correo- dijeron los sangre-puras rodando los ojos

-        Los muggles no utilizan lechuzas estúpidos- les respondió Hermione ganándose una sonrisa por parte de Lily.

A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes.

-        Mimado- exclamó Arthur ganándose un murmuro de aprobación.

«Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4. Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad.

-        Está solo puede ser Minie- dijeron todos los bromistas menos los gemelos Weasley.

-        Llamar Minie a Mcgonagall como no se nos había ocurrido Forge, Lee.

-        No volverá a pasar Gred.

-        A partir de ahora solo utilizaremos su mote gemelos.- Macgonagall se estremeció mientras los otros seis bromistas (gemelos Prewet, Sirius, Remus, James y Sus) los contemplaban orgullosos.

Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica.

-        Por supuesto- dijo el gran comedor rodando los ojos.

El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada. Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos).

-        No pero Minie sí- dijeron los nueve bromistas sonriendo. La mesa estaba horrorizada por la gran concentración de bromistas.

El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los de taladros que esperaba conseguir aquel día.

-        Gran pensamiento- dijeron los merodeadores rodando los ojos y los demás asintieron.

Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con capa.

-        ¿Qué tiene de extraño?-preguntó Zabini

-        Que es un barrio muggle no el callejón Diagon- respondió Hermione.

El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula.

-        ¡Ropa ridícula!- exclamó Macgonagall indignada.

 ¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda!

-        Un Slytering- Exclamó Sirius con repugnancia mientras estos bufaban indignados por su tono.

¡Qué valor! Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí, tenía que ser eso.

-        Lo que tú digas -exclamó el comedor rodando los ojos.

El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros. El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra. La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche.

-        En serio- Preguntó Malfoy

-        Yo no vi una hasta entrar en el callejón- le respondió Collin.

Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar.

-        Una mañana muy normal, vaya- dijo Lee Jordan con evidente sarcasmo.

Estuvo de muybuen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente. Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha.
Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas  pocas palabras de su conversación.
Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...
Sí, su hijo, Harry...

-        ¿Que a pasado contigo?- le preguntó su padre.

-        Es la noche- le respondió con tristeza.

-        ¿Pero que noche es?

-        Ya te enteraras papá.

El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.
Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea. Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba...

-        No sabía que pudiese- comento Harry causando unas pequeñas risitas.

No, se estaba comportando como un estúpido.

-        Es que lo es- exclamó Sus mientras Sirius se la comía con los ojos.

Potter no era un apellido tan especial. Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter

-        Solo tres- afirmo James con orgullo.

y que tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold.

-        Jamás- exclamó Lily con horror.

No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la capa... Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón —

-        Pero si tiene modales- exclamó la señora Weasley muy sorprendida.

gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo.
Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:

—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!

-        Genial- exclamaron los del pasado sin darse cuenta de las caras de consternación de los otros.

Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó. El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación). Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.

-        Minie- canturrearon los bromistas.

¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.

-        No funcionará- volvieron a cantar.

El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa.

-        Me como el brazo si no es Minie- Prometió Remus

-        Señor Lupin- Exclamó Macgonagall

-        Me mal influencian- acusó señalando a James y a Sirius mientras que los que le habían tenido de profesor se quedaban a cuadros por su actitud.

El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato.

-        No, es una actitud propia de un profesor- le respondieron los nueve bromistas.

Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.

-        Cobarde- exclamó Tonks y todos asintieron.

La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija,

-        Entrometida- dijeron Macgonagalls y la señora Weassley.

y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»).

-        Adorable- Dijeron Sus y Sirius al unísono, al darse cuenta de la coincidencia la primera frunció el seño y el segundo sonrió.

El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.

Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?

Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces!

-        ¡Guay!- Exclamaron los merodeadores.

-        Tenemos que aprender a hacer eso- dijo Lee.

-        Cierto- corroboró Fred- Sería…

-        Nuestro mejor producto- siguió George.

Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.

El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por toda Gran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los Potter...

-        Parece que a su cerebro le cuesta procesar la información.- exclamo Malfoy.

-        Me duele decirlo pero tienes razón.- Dijo Harry.

La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.

Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?

Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.

James le apreto la mano a su esposa mientras esta intentaba no llorar.

No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?

Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—.
Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con
aspecto raro...

¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley

Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.

-        ¿Su grupo?- exclamaron todos.

-        Estos muggles son horribles- dijo Tonks mientras todo el mundo asentía con la cabeza.

La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:

El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?

Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.

¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?

Algunos soltaron risitas mientras Harry fruncía el ceño.

Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.

-        No lo es- saltaron Cho y Ginny.

-        Vaya tienes dos admiradoras- le dijo James a su hijo mientras este enrojecía.

Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.

No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana  del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía estaba allí. Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo. ¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que no podría soportarlo.

-        Ni nosotros- saltaron los Potter's.

Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su clase... No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría  afectarlos a ellos... ¡Qué equivocado estaba!

Todos miraron sombrío al libro mientras James y Lily intercambiaban una mirada.

El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche. Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron. En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez.

-        Es el viejo Dumby- Exclamaron los seis bromistas del pasado.

-        Guay- dijeron los otros tres bromistas mirándose entre ellos.

El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.

-        No me digas- dijeron los bromistas

Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido.

-        No lo sabes tú lo suficiente- murmuro Harry.

Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse  cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato  pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:

—Debería haberlo sabido.

Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a oscuras.

-        ¿Me regalas uno?- pidió Ron con los ojos brillantes.

-        Tal vez en el futuro.- le sonrió el director.

Doce veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle. Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.

Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.

-        ¡No!- Bramó Sirius.

-        Que le ocurre señor Black.- le pregunto McGonagall.

-        Ahora Remus no se comerá su brazo- dijo como un niño pequeño y caprichoso haciendo que Sus riera. Al darse cuenta de eso se le iluminaron los ojos a Sirius y ella se tapo la boca con las manos arrepentida.

Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. 
Parecía claramente disgustada.

¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.

Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.

Todos se pusieron a reír a carcajadas que ella no tardo en callar con una mirada severa.

Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall.

¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.

Sirius empezó a reir como un loco hasta el punto que cayo al suelo. Todos le miraban atónitos.

-        ¿Que te pasa hermano?- pregunto James.

-        Minie… fiesta… bailando…- dijo entre carcajadas

-        ¿Que ha querido decir?- pregunto Lee a Sus que se encontraba ahora en la misma situación que Sirius. Ella intento tranquilizarse lo suficiente para decir:

-        Que nos imaginemos a McGonagall de fiesta y bailando- Al oír esto todo el gran comedor empezó a reír cayéndose al suelo y sujetándose las costillas y pese a los intentos de la profesora, que estaba completamente ruborizada, tardaron un cuarto de hora en poder proseguir.

La profesora McGonagall resopló enfadada.

Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Terció la cabeza en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.

-        Siempre me cayó bien- le confió Tonks a Remus quien sintió una punzada de celos.

No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...

Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores... Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.

—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?

-        No- murmuró el trío dorado y la orden.

—Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?

-        ¿Un que?- preguntaron los sangre-puras

-        Un dulce muggle- respondió Lily mientras Dumblendore reía.

— ¿Un qué?

Muchos fueron los que soltaron risitas por la coincidencia.

Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.

No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...

Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante  once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort.

Los merodeadores, Harry, Lily, Tonks, Kignsley y Ojoloco iban asintiendo de acuerdo con el director mientras los demás sentían un escalofrío al oír el nombre.

—La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse
cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe».
Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.

    Es que no hay ninguno- le respondió James- Al no decirlo se muestra respeto para ese monstruo y yo no voy respetarlo nunca.- su hijo y esposa lo miraron con orgullo y el les sonrió.

Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.

Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.

-        Solo porque usted no es un monstruo repulsivo  y sádico- saltó Sus haciendo que Dumblendore le sonriera.

Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.

-        Me quedo con la frase de Sus- dijo Sirius sonriendo

Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.

-        Nosotros estábamos allí- aclararon los merodeadores con aires de suficiencia.

La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.

Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?

Los que no lo sabían se aproximaron más al libro para escuchar mientras que los demás se les entristecían las caras.

Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una  fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad. Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.

Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... están... bueno, que están muertos.

-        Era de esperar, al fin y al cabo nos han traído del pasado- comento Lily.

-        Y por la reacción de Harry parecía que nunca nos hubiera conocido- Completo James.

Harry abrazó más fuerte a sus padres mientras Sirius y Remus alzaban la mano para tocar el brazo de James y confirmar que estaba con ellos.

Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.

Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...
Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.

-        Vaya si al final hasta nos apreciabas Minie- bromeo James.

-        No se haga ilusiones- le respondió con una sonrisa- estaba triste por Lily.

Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza. La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.

Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry.

-        ¡No!- saltaron James y Lily con terror en la voz.

-        Tranquilos estoy bien- les intentó tranquilizar este.

Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.

-        Hijo, eres asombroso- dijo James mientras este se sonrojaba completamente y musitaba un gracias.

Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.

¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre del cielo?

Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.

-        Creo que el ya lo sabía- les susurro Harry a Ron y Hermione.

La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:

Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?

Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.

He venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda ahora.

-        ¡No puede hacer eso!- bramó Lily- Usted no conoce a mi hermana torturará a Harry por envidia  como hizo conmigo.

-        Ya está hecho mamá, tranquila, supongo que era lo mejor que se podía hacer.- Le respondió Harry.

-        ¿Eres feliz con ellos?- Le preguntó su padre

-        Supongo que saldrá en el próximo capitulo- respondió el bajando la cabeza apenado.- No papá, en absoluto.- Antes de que este pudiera añadir algo Dumblendore continuó.

— ¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían  por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!

Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.

    ¿Como?- gritó el gran comedor atónito.

    Es definitivo Gred, Dumby está loco- dijo George.

    Sí, pero yo quiero leer esa carta- Le contesto Fred.

¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—.
Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.

Este bufó exasperado mientras Ron y Hermione reían consientes de lo poco que le gustaba a Harry su fama.

Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?

Remus, Lily, Alice, Lia y Frank asintieron de acuerdo con el director.

La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.

Varios, entre ellos los bromistas, rieron.

Hagrid lo traerá.

— ¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?

    A Hagrid le confiaría mi vida- saltaron el trío dorado, los merodeadores y los dos pares de gemelos mientras este se sonrojaba violentamente y les sonreía.

A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.

    Cualquiera que conozca lo suficiente a Hagrid lo haría- dijo Frank. Hagrid parecía un semáforo impidiendo el tráfico.

No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado.  Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?

Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto  cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.

    ¡La moto!- dijeron los merodeadores y Sus sonriendo.

    ¿Que moto?- Preguntó Tonks

    Mi moto voladora- exclamó Sirius mientras a Arthur se le iluminaban los ojos.

    ¡Una moto!, me la dejaras ¿verdad?- pregunto ante la mirada enfurecida de su esposa y sonrió como un niño cuando este asintió.

La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín

    Buena descripción- dijo todo el gran comedor encantado mientras Hagrid se sonrojaba.

En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.

Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?

Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.

    Confirmado es mi moto- dijo Sirius sonriendo como un niño en la mañana de navidad.

    ¿Ese es el famoso asesino?- Le preguntó Dean a Seamus.

    Tiene que serlo pero por ahora parece un tipo muy divertido y simpático.

Ginny escucho este intercambio y les aclaró:

    Sirius  nunca mató a nadie, le condenaron por error- los otros dos asintieron.

— ¿No ha habido problemas por allí?

No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.

    Que monada- dijo Cho mientras Harry se sonrojaba y Ginny gruñía de lo que solo se dio cuenta Lily que sonrió para sus adentros.

Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.

Harry se aplastó el cabello sobre la frente inconcientemente.

¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.

Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.

¿No puede hacer nada, Dumbledore?

Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres.
  
    Podría haberse ahorrado el comentario director- dijo Padma Patil con una mueca.

Bueno, déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto. Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley

— ¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid. Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso,

Los dos se sonrojaron mientras los chicos reían y las niñas sonreían con ternura.

raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.

    Eso ofende- exclamó Sirius ganándose muchas miradas curiosas un pisotón de James y una mirada severa de Remus.

¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!

Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...

Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos —susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente.

Dejó suavemente a Harry en el umbral,

    ¡¿En el umbral?!- chillaron Lily, Alice y la señora Weasley completamente indignadas.

sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos. Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La  profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.

Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.

Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius. Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.

Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.

Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta.

Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.

Buena suerte, Harry —murmuró.

    La necesite- pensó este.

Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.

Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo,

    ¡Que mono!- exclamaron Cho, Ginny, Lily y Alice mientras Ron reía por lo bajo junto con la mayoría de chicos.

sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley…

James fruncio el ceño pero no dijo nada y Harry pensó que haría cuando se enterara de todo.

No podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».

    Bien aquí termina el capítulo. Leeremos otro y cenaremos luego dispondremos de tiempo para hablar ya que supongo que hay gente que desea conocerse. ¿Profesora McDonagall querrá leer el próximo?- dijo tendiéndole el libro.

    Claro- respondió- el próximo se titula: "El vidrio que se desvaneció".

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